Alma - Biografía

Sólo tenía 19 años cuando fui a mi primera clase de yoga.

Había perdido el sentido de vida.

Llevaba meses con un dragón en la boca del estómago y un goteo incesante de diálogos destructivos en mi mente. No había paz en ningún lugar, buscaba y buscaba calma, ilusión, un lugar seguro donde poder recomponer mis mil pedazos.

Cuando, sobre la colchoneta, cerré los ojos, la voz del profesor se impuso sobre el ruido de mi guerra interior. Y me abandoné a sus instrucciones. Al terminar la clase, dentro de mí había silencio, fuerza y coraje. Justo en aquel momento comencé a reconciliarme conmigo y el yoga comenzó a acompañarme para siempre.

Organicé mi vida para poder ir a clase tres veces a la semana. Cada vez me suponía un peregrinaje. Al llegar, me sentaba en el zafu y era como si subiese a mi trono. Cada día, en él yo era la reina, la guerra y la conquista.

Cuanto más practicaba, más confiaba. Aunque mi cuerpo empezó a ganar mucha fuerza, la verdadera fuerza era esa sensación de seguridad interior, de refugio secreto.

¿Cómo podía ser que el refugio estuviese dentro de mí, si también estaba el monstruo que mordía mi alma?

Esta fue la pregunta con la que inicié un profundo viaje de la mana de mi maestro, a través del cual descubrí que el yoga era una vasta y milenaria filosofía, cuyo fin era la liberación de las ataduras del alma.

Comencé a leer sobre budismo e hinduismo, a grandes swamis, lamas, gurús… Mis hallazgos en este viaje intelectual fui relacionándolos con mi experiencia directa, comprendiendo a través de mi práctica, mucho más profundamente, las ideas filosóficas. Y, entonces se despertó poco a poco en mí la vocación de trasmitir a otros, a mi manera, la fuerza del yoga.

Hoy comprendo que aquel refugio interior que hallé en mi primera clase, sería la guía para que cada día suba a mi colchoneta, me siente sobre mi zafu. La libertad que me ofrece mi práctica es proporcional a la demanda de disciplina, fidelidad a unos principios, constante vigilancia y mucha acción consciente.