Bienvenidos a Centre Shanty

“REALMENTE, ESTAMOS SIEMPRE HUYENDO PARA EVITAR ENFRENTARNOS CON NUESTRA VERDADERA NATURALEZA. Y SUSTITUIMOS LA VERDAD POR COSAS INSIGNIFICANTES”.

El camino del peregrino

La divulgación del yoga se suele dirigir al éxito del mensajero y no al respeto hacia el mensaje.
Yo conocí el yoga como una disciplina custodiada a lo largo de los siglos por maestros que la divulgaban con sumo cuidado y fidelidad a las escrituras fundacionales, conscientes del enorme poder de transformación que ofrecía a quien lo practicaba.
Mientras yo me postraba ante mi altar antes de cada clase, crecían las escuelas en las que el yoga era un espectáculo de acrobacias que modelaban el cuerpo y hacías las famosas del momento para mantenerse en forma o exhibir su “espiritualidad”.

Pero el yoga no es esa impostada búsqueda espiritual ni, por supuesto, tiene nada que ver con hacer secuencias de posturas perfectas con adornos orientales.

El yoga es un viaje iniciático hacia la madurez individual. Exige pulir tu mundo psicológico, comprometiéndote con tu autenticidad y con el desarrollo de tus aspectos superiores para ser, cada vez, una mejor persona.

Crecemos también a través de nuestra confusión y nuestros miedos, de los deseos de nuestro ego, de nuestras necesidades físicas. El yoga acoge en sí todo esto y nos ofrece herramientas para lograr lo que todos buscamos: dejar de sufrir y encontrar un sentido de vida.
Y aunque nunca creamos haberlo logrado, practicarlo es suficiente para vivir en un estado dichoso de reconciliación interna con la infinita búsqueda de la verdad.

Alma - Biografía

Sólo tenía 19 años cuando fui a mi primera clase de yoga.

Había perdido el sentido de vida.

Llevaba meses con un dragón en la boca del estómago y un goteo incesante de diálogos destructivos en mi mente. No había paz en ningún lugar, buscaba y buscaba calma, ilusión, un lugar seguro donde poder recomponer mis mil pedazos.

Cuando, sobre la colchoneta, cerré los ojos, la voz del profesor se impuso sobre el ruido de mi guerra interior. Y me abandoné a sus instrucciones. Al terminar la clase, dentro de mí había silencio, fuerza y coraje. Justo en aquel momento comencé a reconciliarme conmigo y el yoga comenzó a acompañarme para siempre.

Organicé mi vida para poder ir a clase tres veces a la semana. Cada vez me suponía un peregrinaje. Al llegar, me sentaba en el zafu y era como si subiese a mi trono. Cada día, en él yo era la reina, la guerra y la conquista.

Cuanto más practicaba, más confiaba. Aunque mi cuerpo empezó a ganar mucha fuerza, la verdadera fuerza era esa sensación de seguridad interior, de refugio secreto.

¿Cómo podía ser que el refugio estuviese dentro de mí, si también estaba el monstruo que mordía mi alma?

Esta fue la pregunta con la que inicié un profundo viaje de la mana de mi maestro, a través del cual descubrí que el yoga era una vasta y milenaria filosofía, cuyo fin era la liberación de las ataduras del alma.

Comencé a leer sobre budismo e hinduismo, a grandes swamis, lamas, gurús… Mis hallazgos en este viaje intelectual fui relacionándolos con mi experiencia directa, comprendiendo a través de mi práctica, mucho más profundamente, las ideas filosóficas. Y, entonces se despertó poco a poco en mí la vocación de trasmitir a otros, a mi manera, la fuerza del yoga.

Hoy comprendo que aquel refugio interior que hallé en mi primera clase, sería la guía para que cada día suba a mi colchoneta, me siente sobre mi zafu. La libertad que me ofrece mi práctica es proporcional a la demanda de disciplina, fidelidad a unos principios, constante vigilancia y mucha acción consciente.

Contáctanos